Homilía de Mons. Rogelio Cabrera López en Monterrey

por Dic 10, 2019150 Aniversario, Blog, Educación0 Comentarios

Homilía por el 150 Aniversario de la Fundación de las Hermanas de la Caridad del Verbo Encarnado.

Estimadas hermanas, hermanos, amigos, colaboradores de esta obra misionera de las Hermanas del Verbo Encarnado, hermanos sacerdotes, niños, jóvenes, somos una muy buena representación de la Iglesia de Monterrey.

Primero, un saludo afectuoso a las Hermanas aquí la Hermana Superiora Tere, no sé cómo le dicen Líder, no entendí bien, pero sé que le toca estar al frente de las Hermanas, gracias a todas las que pudieron venir a acompañar a las Hermanas anfitrionas de Monterrey.

150 años, les decía antes de la misa, 150 años para una persona son muchos, pero para una institución es una edad muy buena. Así que nos unimos a esta alegría, a este agradecimiento y quiero invitarlas a las Hermanas y a todos los que colaboran a mirar siempre hacia delante. Siempre que agradecemos a Dios damos un vistazo hacia a atrás y lo que tiene que salir de nuestro corazón es alegría y agradecimiento, pero también hacia delante mucha esperanza, mucho ánimo, mucho entusiasmo, sentirnos contagiados siempre de aquellas que dieron el primer paso, tiene que siempre animarnos.

Miramos hacia atrás y miramos hacia delante, los retos son semejantes, los desafíos siempre muy parecidos. El carisma y la misión de las Hermanas tiene su fuente única que es el Evangelio, la persona de Cristo y “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”, esas palabras que condensan el Evangelio, que la Iglesia lo celebra siempre, todo el año pero que de modo especial en este tiempo de Adviento y en el tiempo de la Navidad tratamos de profundizarlo, un misterio que siempre le da a la Iglesia razón de ser de su misión.

Bellamente, San Juan en su Primera Carta dice que aquel que niega que Cristo vino en la carne es el anticristo, es el mayor enemigo de la fe. Nosotros aprendemos a valorar esta realidad, aunque pequeña y frágil, aunque limitada y, a veces, despreciable de nuestra humanidad, que Cristo el Hijo de Dios aceptó y quiso acampar en medio de nosotros.

Dice el autor de la Carta a los Hebreos: no le dio vergüenza llamarnos hermanos suyos, esta es la belleza de la Encarnación, éste es el impulso y la razón de la misión, la misión primera, la razón fundante de la misión es la Encarnación. Dios Padre envió a su hijo Jesucristo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, vino y se hizo hombre. Allí comienza la misión, en esta humanización de Dios que quiere llevar a todos los hombres a su encuentro. La misión de la Iglesia no puede ser otra sino humanizar porque Dios ha querido transformar, valorar, darle sentido a nuestra humanidad y como dije, aunque frágil, aunque, a veces, adversa a Dios es siempre el gran don que Dios ha regalado al ser humano. Por eso decimos en el Credo “por nosotros los hombres, por nosotros los seres humanos y por nuestra salvación bajó del Cielo”, todo siempre nos remonta a los orígenes, el Verbo se hizo carne, y qué dijo el Señor al principio: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”, al hombre y a la mujer los creó, los hizo a imagen suya.

La misión de la Iglesia es siempre retomar ese paradigma original que Dios quiso para el ser humano. ¿Y en qué nos parecemos a Dios, en qué somos imagen suya? En el amor, por eso hoy escuchamos este himno precioso de San Pablo sobre el amor, el amor lo es todo, el amor conforma nuestra humanidad. En la carta que mandó el Obispo Dubui decía que había que vivir las obras de misericordia corporales porque el Cristianismo se hace historia, toca el suelo, sabe que el ser humano goza y sufre, tiene salud pero también dolores de enfermedad, vive y muere, está contento y a veces desanimado, a veces alegre, a veces deprimido, toda esa realidad multifacética del ser humano es acogida por Cristo y las obras de misericordia tienen su raíz en el modo de ser de Jesús. Hoy lo oímos en el Evangelio, quiero fijarme en este modelo misionero que nos propone el Evangelio. Primero, una mirada compasiva, no hay obra de misericordia si no hay compasión. Y, ¿qué significa compasión? Ponerme en los zapatos del otro, tratar siempre de comprender la fuerza del dolor en las personas, tener la mirada compasiva, misericordiosa, lo primero que hace Jesús es mirar el dolor humano, y de ahí viene algo bien importante la misión, pero la misión asociada. Cristo pudo haber quedado solitario en la misión si Él así lo hubiera considerado adecuado, pero llamó a otros a colaborar con Él, y el Evangelio nos dice incluso los nombres de los doce apóstoles, los llamó para que estuvieran con Él, para hacer la misión, porque Hermanas, nadie puede solo, nadie debe estar solo y la misión exige este compañerismo, esta fraternidad entre nosotros. Ni el Obispo solo, ni los sacerdotes solos, ni las consagradas solas, ni los laicos solos, todos juntos llevamos adelante este proyecto misericordioso de Dios, y gracias a Dios, la misma historia, la misma vida nos lo pone en frente. No podemos solos, qué sería de ustedes sin los médicos, sin las enfermeras, qué sería de ustedes sin las colaboradoras del Colegio, las maestras, los maestros, los administrativos, Dios nos pone siempre ante esa verdad de que no podemos solos, y qué bueno, porque esto nos obliga a hacer de la misión un proyecto comunitario, y esto no significa debilidad, la complementariedad enriquece y es fuerza para todos, porque a veces en nuestra mentalidad clerical, muy religiosa, es querer ser autosuficientes. No. Yo oigo que me dice alguno, “antes qué bonito que en el colegio todas las maestras eran religiosas y ahora ya no, qué pena”. ¡No, no es qué pena! Aunque fueran muchísimas, el trabajo es comunitario, el vivir siempre en este encargo del cual Jesús nos da una profunda enseñanza: llamó a doce a que colaboraran con Él.

La tercera cosa que me gusta mucho de este paradigma misionero del Evangelio es la oración: “Rueguen al Señor que envíe más trabajadores a sus campos”. Aunque todos colaboremos siempre seremos un número reducido, siempre necesitamos entregar la estafeta a otros, y hay que pedir que haya colaboradores que se enamoren de la misión, siempre conscientes de que Dios es el que sabe el proyecto y a nosotros nos toca echarle ganas, el cien por ciento de lo que podemos, ahí está nuestra fidelidad, Dios sabe cómo va componiendo las cosas, por eso la oración humilde, realista nos permite también crecer en la misión y no vivir en la angustia. El Papa Francisco en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, en uno de los principios de análisis que propone, dice: Es más importante el tiempo que el espacio, porque el espacio nos hace conquistadores, el tiempo nos hace soñadores, nos permite mirar hacia delante con entusiasmo. Cuando uno mira solo los espacios uno empieza a preocuparse de no conquistar más, en cambio, cuando uno se pone frente al tiempo, uno tiene estos sentimientos utópicos de tantos hombres y mujeres santos. Los santos fueron constructores de catedrales góticas, iniciaron sin saber cómo era el final, se atrevieron a iniciar, a arrancar, porque a veces uno quiere tener esa bola de cristal para saber qué sigue y cómo será el final, ¿no? Es esta aventura de la oración y de reconocer que la historia la conduce el Señor.

Y el cuarto punto, tan importante para las Hermanas y para todos los que colaboran, la cuestión de los enfermos, una realidad evangélica primordial. Jesús nos encargó tres cosas, la primera anunciar el Evangelio, el Reino de Dios está cerca. Lo segundo que nos encomendó es echar fuera el mal, expulsen al demonio, echar fuera el mal de la sociedad y de la Iglesia. Y tercero, curen a los enfermos, esta tarea es muy importante, hace presente el Reino, nos hace tangible el dolor, nos hace tocar las heridas de la humanidad, pero al mismo tiempo nos pone frente a Dios y a su proyecto.

Así pues, qué gusto celebrar 150 años, un centenario y medio, son muchos años para nosotros, pero para Dios es un ratito. Pero vamos a mirar con mucha esperanza, Hermanas, Dios sabe hacia dónde hay que ir, y sean tan soñadoras como aquellas que iniciaron 150 años, que nunca imaginaron el paso que seguía. Uno da un paso, otro y otro, así es la historia, segmentada; no tenemos asegurado todo, como Abraham, el hombre de la fe, cada día se levantaba preguntándose hacia dónde hay que ir, cuál es el paso que voy a dar hoy. Decía Jesús en el Sermón de la Montaña “a cada día le basta con su preocupación”. Cuenten con nuestra oración, con nuestro cariño y simpatía, y sepan que todos los que estamos aquí queremos colaborar con ustedes, que nunca han estado solas ni ahora están solas. Son parte de esta Iglesia de Dios, esta Iglesia conformada en esta pluralidad de tareas, pero todas encomendadas siempre a ser presente el Reino de Dios. Dice Jesús, a dondequiera que vayan digan el Reino de Dios está cerca. Esto es lo que tenemos que hacer todos. Decirle al enfermo, al niño y al joven que se educan, decirle al padre de familia, decirle al que sufre, al que está molesto, al que está contento, decirle: el Reino de Dios está cerca. Cristo está cerca de ti, esto es lo que significa esta cercanía del Reino. Pues muchas gracias y hacia delante con entusiasmo, Hermanas, 150 años y esta historia Dios la escribirá ahora con ustedes y después dirá con quién la quiere escribir. Que Dios las bendiga.

Click aquí para leer las palabras de bienvenida de Sor Tere con motivo de las celebración en Monterrey de los 150 años de la Congregación.

Click aquí para escuchar el canto «Con las Manos Abiertas», compuesto por el maestro Miguel y tema inspiracional de todo este ciclo escolar del Colegio Mexicano.

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