Gracias México

por Oct 20, 2017Blog, Nuestras historias0 Comentarios

Handing out donations in San Gregorio

El terremoto del 19 de setiembre sacudió a todo México porque, si bien la Ciudad de México está con más de un centenar de familias que aún lloran por la pérdida de sus hijas, hijos, padres, madres o bienes materiales que obtuvieron con mucho esfuerzo a lo largo de los años, ninguna persona podría permanecer indiferente ante la esperanza y el dolor de los más vulnerables y de la tierra.

CCVI Sisters preparing donations in Casa San Angel

Hermanas CCVI preparando donaciones en Casa San Ángel

Este sismo destapó irregularidades en construcciones, condiciones laborales bastante precarias y una clase política que ‘discute’ cómo dar la mano ante los próximos resultados electorales. Sí, hay caos pero también mucha solidaridad. Ahí, entremezclados estuvieron (están aún) las y los jóvenes que a manos limpias se movilizaron para trasladar, rescatar y llevar ayuda a los damnificados. Les vi decididas(os) a estar del lado de los más vulnerables. Ahí están, a su lado.

Y es que la angustia no tuvo ni tendrá la última palabra. Doy testimonio de tantos gestos de solidaridad, aún en medio de tanta tristeza, que hacen de la vida: historias extraordinarias. En está red de solidaridad, como Hermanas de la Caridad del Verbo Encarnado desde la diversidad de nuestros ministerios nos organizamos y salimos al encuentro de la vida con el único propósito de extender la esperanza.

Durante estos días junto a Sor María Márquez, Sor Covadonga Suárez y Sor Ofelia Lozano simplemente fuimos estar con el otro, la otra… visitamos a las personas en Santa María Nativita, San Gregorio, Del Valle, Centro Universitario Incarnate Word, Xochimilco y ahí… allá encontramos el alivio más profundo.

A Sister listens to reports of damage in Santa Maria Nativitas

Una Hermana escuha los informes de daños en Santa María Nativitas

Pero nuestras Hermanas Mayores fueron más allá. Ellas, todos estos días adecuaron sus hábitos de consumo, nos entregaron sus dulces y rezan cada día para que toda persona caiga en la cuenta de que hay otros muchos que necesitan de eso que para algunas de nosotras pueda parecer básico: alimento diario.

Pasar por calles y con gente destrozada me implicó una valentía especial y sobre todo una actitud de humildad fuerte. Porque necesité aceptar que aunque queríamos ayudar a muchos, a todos, no podíamos. Alimentos, agua, ropa interior básica, juguetes y dulces siempre serán insuficientes ante esas mujeres y hombres (de a pie) que ayudaban, ayudan y ayudarán a rescatar la vida digna.

Al escribir estas líneas traigo a mi mente y corazón el rostro de la Señora Cecilia y su hogar, porque ella aún en medio del desastre organiza a sus vecinos y vecinas para extender el alimento, buscar espacios seguros para los más pequeños, reportar daños y luchar por sus derechos. Ella ha puesto el amor en marcha y lo ha convertido en consuelo, acogida, oración y tantas otras cosas más.

Culmino más que sorprendida por estar aquí y vivir esta experiencia que nos obligó a recordar de lo que somos capaces juntas/os. Me voy al Perú inmensamente agradecida con todas las personas que nos han ayudado a ser una comunidad religiosa presente ante la urgencia aquí en México; porque saben que algo tan delicado como atender la vida de los más vulnerables, no puede esperar.
A continuar.


Nota originalmente publicada en el Blog de la Oficina Congregacional de Justicia, Paz e Integridad de la Creación.

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *