La Morenita del Tepeyac

por Dic 12, 2016Blog, Liturgia, Nuestras historias, Reflexiones0 Comentarios

Virgin of Guadalupe

A lo largo de nuestras vidas, todos enfrentamos situaciones que nos producen tristeza, incertidumbre o crisis: perder a un ser querido, la ruptura familiar, una enfermedad, escasez de recursos o sentirnos abandonados, por ejemplo.

Ante estos problemas, tendemos a sentirnos desprotegidos y, en algunos casos, sin respuestas. Nuestra fe puede verse disminuida porque no entendemos lo que pasa a nuestro alrededor… y nos duele.

Si reconocemos que incluso los hombres y mujeres que estuvieron con Jesús, quienes escucharon de su boca sus palabras y experimentaban su amor, llegaron a ser llamados “hombres de poca fe”, entenderemos por qué nuestra naturaleza humana puede erosionar nuestra confianza.

Este 12 de diciembre conviene recordar que no estamos solos; que desde su aparición, la Virgen de Guadalupe nos ofreció su protección, diciéndonos con ternura: ¿Acaso no estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás tú bajo mi sombra?

En América y otras partes del mundo celebramos ese día la aparición de la Morenita del Tepeyac, quien nos cubre con su manto de amor y se erige como madre de toda esperanza. Ella nos escucha y acompaña, intercediendo por nuestras necesidades y aliviando nuestras penas.

Recordemos que así sanó las penas de Juan Diego cuando, en su último encuentro milagroso, el indígena le dijo preocupado que iba a buscar ayuda para su tío enfermo. Entonces, la Virgen lo reconfortó anunciándole que su tío ya estaba sano y le pidió subir a la cumbre del Tepeyac, donde encontraría unas rosas para llevarlas al obispo Zumárraga como prueba de su aparición. Pronto fue reconocida como fuente de amor, ternura, misericordia y piedad, valores que todos debemos practicar.

Desde aquella fecha de 1531, celebramos a nuestra Madre celestial que, llena de ternura y compasión, atiende amorosamente las súplicas de sus hijos de todas las naciones, razas o edades. Nos recuerda que todos somos iguales ante sus ojos y nos invita a reconocernos como hermanos, en este mundo cada vez más dividido y fracturado.

Siguiendo su ejemplo, nadie puede quedar fuera. Deberemos velar con amor por los más pobres y vulnerables, dando testimonio del amor de Jesús, Verbo Encarnado, a través de la compasión, la esperanza y la reconciliación.


En el encabezado: Virgen de Guadalupe.

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