Nuestras Madres: la Miel de la Vida

por May 10, 2017Blog, Nuestras historias, Reflexiones0 Comentarios

Desde que llegamos al mundo, nuestras madres nos llevan a experimentar el amor de Dios, brindándonos su afecto y dotándonos del alimento y ternura requeridos para vivir con plenitud.

Se da por sentado que una de las tareas maternales más importantes es darnos de comer, especialmente en los primeros años, convirtiendo esta labor en la primera expresión de amor que los seres humanos recibimos.

Sostener al bebé en los brazos mientras se le alimenta, permite al pequeño advertir que es amado y reconocer el apoyo que tendrá para satisfacer sus necesidades, incluso cuando éstas vayan cambiando, a medida que crezca y se incorpore en este nuevo mundo.

Un regalo menos conocido, pero quizá más trascendente, es la miel que nuestra madre nos brinda. En palabras del humanista Erich Fromm:

“La miel simboliza la dulzura de la vida, el amor por ella y la felicidad de estar vivo. El amor materno, en su segunda etapa, inculca en el niño el amor a la vida y no sólo el deseo de conservarse vivo”.

Así, bien nutridos con leche y miel, crecemos sabiéndonos personas especiales, valiosas y deseosas de servir y aportar al mundo.

El Papa Francisco nos ha enseñado que –al igual que la Virgen María- las mamás somos capaces de cuidar con amor a nuestros hijos para que puedan asumir sus responsabilidades y compromisos, sintiéndose seguros de sí mismos y convencidos de que pueden tender hacia los más grandes ideales.

Con su ejemplo, la Divina Madre nos enseña y nos invita a dar la miel de la vida, llamándonos a la alegría y fortaleciéndonos en la fe para aceptar la voluntad de Dios, con la certeza de que su amor nos permitirá superar los retos del camino.

Para ello, cada mamá ha sido dotada con cualidades únicas que harán que sean personas insustituibles. Una madre representa ante sus hijos el rostro, las manos y la fuerza del amor.

En la época moderna, muchas enfrentan grandes dificultades para conciliar su vida laboral y familiar. Algunas de ellas disponen de poco tiempo para estar con sus hijos, mientras que otras renuncian a sus aspiraciones profesionales para estar en casa y acompañar a sus descendientes.

Sin importar el camino que elijan, lo significativo es que –al igual que María- se mantengan como un buen ejemplo para su familia y la sociedad, nutriendo con leche y miel las distintas etapas de la vida para ir llenando el mundo de personas plenas, dispuestas a construir en la tierra el reino de Dios.

¡Feliz día de las madres!


En el encabezado: Rafael, La Madonna Niccolini-Cowper, 1508.

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