Sacramento de Dios

por Ago 28, 2019Blog, Reflexiones0 Comentarios

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Cristo es el Sacramento del encuentro con Dios. Su amor es la forma humana del amor de Dios. El amor del hombre Jesús, es la encarnación del amor de Dios. Los actos de Jesús, son actos de Dios, actos sacramentales que significan don de salvación.

El Verbo Encarnado, sacramento de Dios.

Estamos situadas en un mundo de significados. Los seres con los que compartimos el universo no solo existen, sino que contienen y comunican algo más.

De manera simbólica lo expreso el autor del Génesis:

Yavé creó a la mujer y “la llevó ante el hombre”. En ese momento empezó el amor y con él el lenguaje, la sonrisa, la cultura, la economía, la política, la diversión; todo ese mundo específicamente humano existe gracias a la estructura simbólica de la persona.

Nuestras experiencias internas sólo pueden compartirse mediante la actividad simbólica que traduce nuestro interior en señales exteriores. Lo mismo puede decirse en lo que se refiere a la experiencia de Dios.

Cristo es el Sacramento del encuentro con Dios. Su amor es la forma humana del amor de Dios. El amor del hombre Jesús, es la encarnación del amor de Dios. Los actos de Jesús, son actos de Dios, actos sacramentales que significan don de salvación.

Jesús es el sacramento por excelencia, porque este hijo de Dios, es destinado por el Padre a ser en su humanidad el acceso a la salvación “Así como hay un solo Dios, hay también un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo” (Tim. 2, 5).

El sentido de la misión del Hijo sobre la tierra es la revelación del amor misericordioso y redentor de Dios.

Ser persona es hacerse persona, una realidad que crece durante toda la vida de Jesús y que alcanza su punto culminante en el momento supremo de la Encarnación: la muerte, la resurrección y la glorificación de Jesús.

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Cristo, por su vida de amor sobre la tierra y por su obediencia hasta la muerte, obtuvo para nosotras la gracia de la redención que, una vez glorificado a la diestra del Padre, nos puede comunicar abundantemente en su calidad de Cristo y Señor (Fil 2,6-11).

“En múltiples ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres, por medio de los profetas, ahora en esta última etapa nos ha hablado mediante su Hijo” ( Heb. 1, 1-2).

En Jesús, su hijo, Dios se nos da como Padre. Su más cercana representación la encontramos en aquel padre del hijo que huyó, en el pastor que busca con ansiedad la oveja perdida, en el ama de casa que busca hasta encontrar el dinero del gasto que se le había perdido. Dios se comporta de una manera poco razonable; se preocupa más por el hijo pródigo que por el hijo perfecto; está con el publicano y no con el fariseo; con el samaritano y no con el sacerdote o el levita. Por eso, para revelarnos a Dios, Jesús se comportó de la misma manera.

A este Dios, escondido en la fragilidad humana, no lo encuentran los que viven instalados en el poder o encerrados en la seguridad religiosa. Se les revela a quienes, guiados por pequeñas luces, buscan incansablemente una esperanza para el ser humano en la ternura y la pobreza de la vida.

Para la reflexión

  • ¿Cómo es Dios para mí?
  • ¿De qué manera Jesús me revela al Padre?
  • ¿Cómo soy yo la presencia misericordiosa del Verbo Encarnado en donde Dios me ha enviado?

Escrito por S. Aurora Isabel Ramírez.

 

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