Bienaventurados los agnósticos. Bienaventurados los que dudan. Bienaventurados los que no tienen nada que ofrecer. Bienaventurados los preescolares que hacen fila para la comunión. Bienaventurados los pobres de espíritu. Eres del cielo y Jesús te bendice.
Bienaventurados los que nadie más nota. Los niños que se sientan solos en las mesas del almuerzo de la escuela secundaria. Los de la lavandería del hospital. Las trabajadoras sexuales y los barrenderos nocturnos. El armario. Los adolescentes que tienen que encontrar formas de ocultar los nuevos cortes en sus brazos. Bienaventurados los mansos. Eres del cielo y Jesús te bendice.
Bienaventurados los que han amado lo suficiente como para saber cómo se siente la pérdida. Bienaventuradas las madres de los abortados. Bienaventurados los que no pueden desmoronarse porque tienen que mantenerse unidos para todos los demás. Bienaventurados los que «todavía no lo han superado». Bienaventurados los que lloran. Eres del cielo y Jesús te bendice.
Me imagino a Jesús parado aquí bendiciéndonos porque esa es la naturaleza de nuestro Señor. Este Jesús lloró en la tumba de su amigo, puso la otra mejilla y perdonó a los que lo colgaron en una cruz. Él era la bienaventuranza de Dios, la bendición de Dios para los débiles en un mundo que solo admira a los fuertes.
Jesús nos invita a una historia más grande que nosotros mismos y nuestra imaginación, pero todos podemos contar esa historia con la escandalosa particularidad de este momento y este lugar. Somos criaturas narradoras porque estamos hechos a imagen de un Dios narrador. Que nunca descuidemos ese don. Que nunca perdamos nuestro amor por contar la historia. Amén
– por la Rev. Nadia Bolz-Webber
Obtenido de https://www.ccvichapel.org/post/benediction
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