Isaías 43:16-21│Filipenses 3:8-14 │ Juan 8:1-11
“Yo tampoco te condeno. Ve y no peques más”.
El perdón no es fácil de expresar; no es fácil de hacer.
En el ministerio de Jesús, en la experiencia de la Iglesia primitiva, y probablemente en nuestras propias experiencias del pasado, vemos la rapidez con que excluimos a los demás, los apartamos y los separamos. Pero el ministerio de Jesús, y por extensión, el ministerio de la Iglesia, se centra en la inclusión a través de la reconciliación. Jesús proclama el perdón de los pecados, incluso recibiendo un bautismo de perdón. A través de su ministerio, los marginados, los que han sido condenados, se recuperan y se les recibe con cariño en el rebaño del Señor. Los discípulos de Jesús siguen adelante con este ministerio en el mundo, y como en los tiempos de Jesús este ministerio sigue adelante aunque existan fuerzas que prefieren la exclusión. La pregunta “¿Qué haría Jesús?” es muy apropiada aquí. Jesús no condenaba, nosotros tampoco debemos hacerlo. Jesús perdonó. Nosotros también deberíamos perdoner. Como en todas las cosas, Jesús nos muestra el camino. Estamos llamados a amar a nuestro prójimo, no a condenarlo.
Evangelio
Cuando escuchamos el Evangelio de hoy, a menudo nos concentramos en el pecado de la mujer, que en realidad es grave. Sin embargo, ella no es la única pecadora en este relato. Los escribas y fariseos eran culpables de los pecados de orgullo y enojo disfrazados de piedad religiosa, que no solo dirigían a la mujer sino también a Jesús, pues esperaban hacerlo caer en una trampa. Aunque se podría decir que Jesús no condenó a los escribas y a los fariseos por su pecado, tampoco les ofreció una palabra de perdón como lo hizo con la mujer. Tal vez fue porque los escriba y fariseos no reconocieron su propia miseria ante la misericordia, mientras que la mujer, que fue llevada a rastras y casi desnuda a las calles para someterla a un escrutinio público, tuvo que permanecer en silencio ante su miseria..
Jesús toma un acto potencial de violencia y lo convierte en un momento de encuentro y perdón. La muerte de Jesús es otro momento de transformación. En medio de la violencia de la crucifixión, el amor infinito de Jesús transforma la violencia en la reconciliación de la humanidad con la divinidad. En nuestro deseo por adecuarnos o avenirnos a la muerte de Jesús, estamos pidiendo la gracia de llegar a ser la luz que es más fuerte que las tinieblas, el amor que es más fuerte que el odio, la vida que es más fuerte que la muerte.
Quinto Domingo de Cuaresma, 7 de abril de 2019
Primera y Segunda Lecturas
En la primera lectura del Profeta Isaías, Dios proclama las palabras de esperanza y redención diciendo: “Miren, estoy haciendo algo nuevo! Ahora brota, ¿no lo perciben?”. En la segunda lectura, San Pablo también enfatiza la novedad de su vida en Cristo: “Olvidar lo que quedó atrás, yo sigo mi búsqueda hacia la meta”. Nuestro Señor no es rígido y predecible, sino creativo y libre de ataduras. Y Jesús nos revela que Él es así. En la lectura del Evangelio, Jesús invita a la mujer adúltera a una nueva vida a través del perdón. Su pecado se borra y ella puede mirar al futuro con esperanza, en lugar de quedarse atorada en su pecado por siempre y marcada por la condenación.
La novedad de Dios también ofrece a cada uno de nosotros un nuevo inicio. Se nos invita a cada momento a entrar a la libertad de Cristo y a dejar atrás nuestros pecados del pasado.
Preguntas para Reflexionar
- ¿Dónde ves la acción de Dios en tu vida, en tu familia o en tu comunidad, donde Él está haciendo que pase algo nuevo?
- ¿Cómo ha sido tu práctica del ayuno en esta Cuaresma? ¿Cómo ha enriquecido o afectado tu relación con Dios y con los demás?
- ¿Cómo extiende el perdón tu comunidad?
- ¿Cómo has experimentado el de dar y recibir misericordia en tu propia vida de fe?
Fuente: Living Liturgy (Liturgical Press, Year C 2019)
Fotografía: Unsplash
0 comentarios